En los últimos tiempos han surgido en nuestro país una serie de movimientos sociales de carácter sectorial y profesional que se autodenominan Mareas. Las mareas oceánicas se mueven impulsadas por fenómenos de la naturaleza, como la fuerza de la gravedad y los períodos de la luna. Ninguna actividad humana puede alterar sus ritmos. En algunas costas, por su especial configuración, incluso son aprovechadas para generar energía eléctrica.
Las corrientes reivindicativas de estos grupos se exteriorizan cíclicamente y no cesarán hasta que alcancen la pleamar. Sobre su nacimiento, podría abrirse un debate entre politólogos y sociólogos, pero pienso que es más interesante acercarnos a sus motivaciones y, sobre todo, analizar su impacto ante unas eventuales y no muy lejanas elecciones.
Hace ya algún tiempo se detectaba en la sociedad española un fuerte rechazo y malestar frente a las políticas de austeridad, impuestas por el Fondo Monetario Internacional y el Banco Central Europeo, que culminaron con un verdadero golpe a la Constitución. Ante la impotencia y la indignación, los ciudadanos contemplamos estupefactos cómo se trastocaba su artículo 135, de la noche a la mañana, sin cumplir con ninguna de las previsiones previstas para la modificación del texto constitucional. Se impuso una política de recortes, que siempre caían del lado de los más desfavorecidos. Contemplamos impotentes cómo se desmontaba el Estado social y democrático de derecho.
El 15M fue como una piedra sobre una masa de agua estancada de la que empezaron a surgir ondas
El movimiento 15M recogió y concentró ese malestar que se manifestó en la ocupación, durante algún tiempo, de la Puerta del Sol madrileña. La acampada y los mensajes que emitían en asambleas abiertas desconcertaron a los partidos políticos tradicionales, hasta el punto de que los poderes autoritarios que dominaban la escena política española amenazaron incluso con la intervención de las fuerzas policiales para disolver a los que habían decidido permanecer contra viento y marea. El 15M fue como una piedra sobre una masa de agua estancada de la que comenzaron a surgir ondas que representaban el malestar de muchos sectores tradicionalmente marginados.
Ese malestar no pareció inquietar al poder establecido. No obstante consiguió romper el bipartidismo tradicional. Las ondas generadas por la piedra en el lago estancado se fueron consolidando como movimientos reivindicativos sectoriales que, al modo de las mareas, reclamaban, periódicamente en la calle, la toma de decisiones políticas y medidas sociales. Su denominador común coincidía en el rechazo a las directrices emanadas de los poderes económicos, pero nunca se quedaron en la mera protesta, sino que ofrecían propuestas y alternativas razonables que nuestro sistema constitucional puede y debe activar sin modificar ni una sola coma de su contenido.
No sé si deliberadamente o impulsados por la fuerza y el símil de las mareas, generaron una energía que se acumuló en sectores profesionales movidos por intereses concretos. Así surgió la marea blanca, formada por personas que desempeñan sus funciones en el sector de la sanidad; conocedores de sus carencias, reclaman una sanidad pública y universal para todos reivindicando unas inversiones que se estaban desviando, de una forma fraudulenta y corrupta, como se ha demostrado, hacia la sanidad privada. Nació la marea verde, que reclamaba una enseñanza pública y de calidad y poner fin al privilegio y el fraude que suponen los colegios concertados; la marea morada, que agrupa movimientos y reivindicaciones feministas en las que no solamente se reclama eliminar la brecha salarial, sino también políticas de igualdad para los que son necesarias no solamente inversiones sino leyes y voluntad política para desarrollarlas.
El mayor impacto en nuestra sociedad se produjo con la movilización feminista del 8 de marzo
Sin duda, el mayor impacto en nuestra sociedad se produjo por la movilización feminista del 8 de marzo, que alcanzó unas cotas inesperadas. La derecha retrógrada exhibió, una vez más, sus carencias ancestrales. Una de sus líderes emergentes, sin más conocimientos y argumentos que los heredados de la dictadura, espetó ante los medios que no lo secundaba porque ella era feminista pero no comunista. El presidente del Gobierno despachó una pregunta sobre el impacto de la jornada con un lacónico y despreciativo comentario: era una cuestión que no tocaba y que se reducía a un problema de unas pocas y fundamentalistas mujeres. Espero que tuviesen algún sobresalto al comprobar el eco que alcanzó en la mayor parte de los medios de comunicación europeos e internacionales.
Las características de todas estas mareas tienen un punto común. No ejercitan el grito o la indignación de forma meramente emocional. Cada una de ellas son perfectamente conscientes de los problemas que afectan a los sectores en los que se mueven, conocen bien sus carencias y están en condiciones de apuntar mejoras y soluciones, elaboradas a partir de una reflexiva motivación que les lleva a expresar una indignación racional y constructiva.
Los ideólogos de la derecha y los medios que les sirven de altavoces las descalifican tachándolas de populistas y antisistema. Despóticamente se atribuyen la ortodoxia de lo establecido, sin más argumentos que la cínica advertencia de que no hay alternativas; es lo que hay. Son ellos los que se salen del marco constitucional y de los principios rectores de un Estado social y democrático de derecho. Amparados en la globalización rompen sus propias reglas, convirtiéndose en anarcocapitalistas que pretenden campar a sus anchas, desarrollando políticas orientadas exclusivamente a satisfacer sus intereses especulativos, demonizando cualquier otra alternativa que ponga freno a sus desafueros.
Los autócratas capitalistas tienen también que reflexionar sobre cuál va a ser la respuesta ante estos movimientos. Pueden optar por la descalificación y represión o ser conscientes de la necesidad de cambiar las directrices económicas y pensar que solo se puede sobrevivir potenciando una mayor solidaridad.
Los últimos años del gobierno del Partido Popular han resultado baldíos. Ninguna política social fue puesta en marcha, limitando su actividad a la cansina repetición de datos estadísticos sobre los índices de desarrollo y el nivel de empleo, el número de turistas y las oscilaciones de altas y bajas de afiliados a la Seguridad Social, sin ofrecer ninguna otra alternativa a la insoportable precariedad económica de gran parte de la sociedad. Una vez más, la realidad entra en contradicción con la estadística.
Sorpresivamente, y en plena inactividad y atonía del ejecutivo del PP, surgió la posibilidad de una moción de censura que tenía precedentes en la política española pero que nunca había conseguido derribar al gobierno de turno por decisión parlamentaria. El presidente Pedro Sánchez, aún en contra de la opinión de los sectores más conservadores de su partido, se arriesgó en el intento, consiguiendo lo que no esperaban la mayoría de los ciudadanos.
El resultado de las elecciones autonómicas y municipales condicionará la viabilidad del resto de legislatura
Se ha abierto un periodo esperanzador para que se produzca un cambio de políticas y de propuestas frente a los problemas de toda índole que ahogan a la sociedad española. En todo caso, el nuevo rumbo está abocado a las elecciones inmediatas de mayo de 2019, las autonómicas y municipales, que marcarán el camino de la voluntad de los votantes en las urnas. No creo que nadie pueda dudar de que su resultado condicionará la viabilidad del resto de la legislatura.
Los movimientos sociales agrupados en las mareas tienen la palabra. Si la voluntad confluyente de los diversos colores de sus mareas consigue afianzar gobiernos solidarios y de compromiso social, se habrá abierto un margen para la esperanza. En todo caso, será un punto de referencia para detectar las tendencias de nuestra sociedad. La orilla está ocupada ahora por un Gobierno que ofrece alternativas que es necesario plasmar en realidades. Si la fuerza de las mareas no consigue consolidar estas expectativas, sólo nos queda recoger los restos del naufragio.
José Antonio Martín Pallín
Director del Área Penal de LIFE ABOGADOS